lunes, 4 de marzo de 2013
Ensayo del de mascaras Mexicanas por Javier Morraz
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el
mexicano se meaparece como un ser que se encierra y se preserva:
máscara el rostro, máscara la sonrisa. Plantadoen su arisca soledad,
espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el
silencio y lapalabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la
resignación. Tan celoso de su intimidad como de laajena, ni siquiera se
atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la
cólerade esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como
desollado; todo puede herirle,palabras y sospecha de palabras. Su
lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, depuntos
suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco
iris súbitos, amenazasindescifrables. Aun en la disputa prefiere la
expresión velada a la injuria: "al buen entendedor pocaspalabras". En
suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por
invisible menosinfranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano
siempre está lejos, lejos del mundo y de losdemás. Lejos, también, de sí
mismo.El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del
exterior: el ideal de la"hombría" consiste en no "rajarse" nunca. Los
que se "abren" son cobardes. Para nosotros,contrariamente a lo que
ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición.
Elmexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse",
esto es, permitir que el mundoexterior penetre en su intimidad. El
"rajado" es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosafidelidad, que
cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe.
Las mujeresson seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su
inferioridad es constitucional y radica en susexo, en su "rajada",
herida que jamás cicatriza.El hermetismo es un recurso de nuestro recelo
y desconfianza. Muestra que instintivamenteconsideramos peligroso al
medio que nos rodea. Esta reacción se justifica si se piensa en lo que
hasido nuestra historia y en el carácter de la sociedad que hemos
creado. La dureza y la hostilidad delambiente —y esa amenaza, escondida e
indefinible, que siempre flota en el aire— nos obligan acerrarnos al
exterior, como esas plantas de la meseta que acumulan sus jugos tras una
cáscaraespinosa. Pero esta conducta, legítima en su origen, se ha
convertido en un mecanismo quefunciona solo, automáticamente. Ante la
simpatía y la dulzura nuestra respuesta es la reserva, puesno sabemos si
esos sentimientos son verdaderos o simulados. Y además, nuestra
integridad
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esta bien el trabajo
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